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Sábado, 26 de julio de 1997 EL MUNDO periodico


Ricart toma apuntes

El acusado escribió en las intervenciones del fiscal y la acusación particular

IRENE HERNANDEZ VELASCO

ENVIADA ESPECIAL

VALENCIA.- Entró en la sala sin afeitar, portando un cuaderno y un bolígrafo. Se sentó en el banquillo de los acusados. Colocó el cuaderno a su diestra. Ladeó el cuerpo hacia ese lado. Y, como pudo, con las manos siempre esposadas, escribió, escribió y escribió.

Miguel Ricart llenó ayer varios folios de letras desiguales y puntiagudas. Como un aplicado estudiante, el único procesado en el juicio por el triple crimen de Alcàsser tomó nota de todo lo que el fiscal y el abogado que representa a Fernando García dijeron en la exposición de sus informes finales. Y, luego, entregó esas cuartillas a su abogado.

«Lo de tomar apuntes ha sido idea del propio Ricart», explicaba al abandonar la sala el letrado que le defiende, Manuel López Almansa. «Me preguntó qué me parecía y le dije que bien, pues pensé que escribir podía servirle de terapia para contener la tensión».

El tratamiento funcionó. Ricart estuvo casi toda la sesión de ayer entretenido con su redacción, sin apenas levantar los ojos del papel. Aunque, en algunos momentos, no pudo evitar atravesar al fiscal con su mirada.

SEÑALADO.- Porque, durante tres horas largas, el acusador público señaló una y otra vez como culpable a Ricart, para quien pide 200 años de cárcel.

El fiscal insistió en que las declaraciones en las que el procesado se autoinculpa son válidas y han de considerarse como pruebas. «Además, son tan pormenorizadas que no se pueden obviar», afirmó Enrique Beltrán, quien se ha negado a creer, como afirma Ricart, que la Guardia Civil le obligara mediante palizas a confesar.

El fiscal aseguró además que en esas declaraciones hay detalles que coinciden con la realidad y que Ricart reconoce que ni la Guardia Civil ni nadie le obligó a decir.

El acusador público pasó también revista a los testimonios realizados en la sala, asegurando que muchas de las declaraciones oídas sustentan su relato de los hechos. Y las que no se ajustan a su versión, las dio por malas. Razonando siempre el por qué.

Respecto a la falta de pruebas biológicas que acusen a Ricart, no pasa nada, opina el fiscal. «Aunque no haya pruebas directas, no afecta si existen pruebas de indicios», señaló.

Y con igual fuerza con la que acusó a Ricart, el fiscal defendió a la Guardia Civil, a los forenses valencianos, al juez instructor y al sumario mismo. Y se opuso tajante a que se declarara nulo el juicio.

Todo lo contrario de lo que hizo el abogado de la acusación particular que representa a Fernando García, padre de Miriam. Este letrado, en la hora escasa que dedicó a su informe final, arremetió duramente contra la forma en la que los médicos valencianos realizaron las autopsias de las niñas. Clamó al cielo al recordar que, en el levantamiento de cadáveres, no se tomaron muestras de las ramas que cubrían la fosa, que hubieran determinado en qué fecha fueron inhumadas las niñas y apoyar su teoría del doble enterramiento.

TRABAS A FRONTELA.- Se sulfuró al explicar todas las trabas que, según él, se le han puesto al profesor Frontela para que pudiera realizar su trabajo. Se quejó encendido de que los forenses valencianos no guardaran ninguna de las larvas encontradas en los cadáveres. Y concluyó: «Los forenses y algunos miembros de la Guardia Civil actuaron con negligencia». Por todo ello, pidió la anulación.

Pero en el caso de que esta petición no sea atendida, el abogado de Fernando García perdona a Ricart: sólo nueve años de cárcel por un delito de encubrimiento.


Rosa Folch y Fernando García

Allí estaba ella. En primera fila, justo detrás del cogote de Miguel Ricart. Vestida de negro, con la manos entrelazadas sobre el regazo. Con los ojos acuosos, brillantes, de los que de vez en cuando escapaba alguna que otra lágrima que ella se apresuraba a limpiar. No hay ninguna duda: Rosa Folch, la madre de Desireé, sufrió ayer lo suyo.

En el mismo banco, dos personas más allá de donde ella se sentaba, se hallaba él. Exhibiendo, en ocasiones, un gesto severo. En otras, una sonrisa ácida e irónica. Mucho más curtido que ella. El es Fernando García, padre de Miriam.

Ella y el no intercambiaron una sola palabra. Aunque, más de una vez, ella clavó sus ojos en los de él. Con una mirada dura, de manifiesta desaprobación. El casi ni la miró.

Ella iba acompañada de su hija, de una hermana de Desireé. El, de un colaborador. Ella felicitó al fiscal. El, no. Ella cree que Ricart es culpable. El opina que es inocente.

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