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Sábado, 17 de mayo de 1997 EL MUNDO periodico

El principal acusado declara: «Me empezaron a pegar golpes en mis partes. Me aplastaron la mano con una puerta» - «Anglés me habría matado si le hubiera llevado la contraria», afirma

Ricart: «Al Antonio lo mataron»

Confiesa que la Guardia Civil le dijo que no le darían el alto si lo encontraban

IRENE HDEZ. VELASCO

ENVIADA ESPECIAL

VALENCIA.- Es el gran fantasma de este juicio: Antonio Anglés. No hay sesión en la que su nombre no sea invocado, día en el que no se hable de él. Ayer lo hizo Miguel Ricart. Y afirmó que Anglés está muerto. Que fue asesinado. Que «sólo Dios y los que lo mataron saben dónde está».

Aunque algunas veces habla de él en presente, como si estuviera vivo, ayer proclamó su defunción: «Al Antonio lo mataron en 1993. Eso es algo que yo sé. Lo tengo muy claro. Y por mucho que me digan, no me lo van a quitar de la cabeza».

Dice Ricart que, estando preso en la prisión de Castellón, miembros de la Guardia Civil le confesaron que, si algún día encontraban a Antonio Anglés, lo matarían sin contemplaciones. «Me dijeron que a Antonio no le iban a dar el alto. Un capitán me dijo muy claramente que con él no iban a vacilar».

Y respecto a la personalidad de Antonio Anglés, aseguró: «No sabías cómo podía reaccionar. Era un hombre muy difícil de comprender. Si me hubiera opuesto a él, me podía dar por muerto».

Desde las 10.00 horas y hasta las 15.00 horas, Ricart estuvo ayer contestando a las preguntas de su abogado defensor. Y terminó su declaración respondiendo a una pregunta de su letrado, que le inquirió: «¿Sabe que piden para usted 245 años de cárcel? ¿Sabe algo más que pueda decir para defenderse?». «La verdad es que no», dijo el acusado, «lo que he dicho aquí es la verdad. Con un poco de suerte, se irá viendo, si no me ponen la zancadilla».

La verdad según Ricart: el día en que desaparecieron las niñas él se encontraba en Catarroja, en casa de su amigo Antón Partera Zafra. Que el mayor de los Partera le vio sentado en el patio de la casa de enfrente. Que al día siguiente estuvo paseando por Benatusser en compañía de Dolores Cuadrado, la madre de su hija, y la niña. Y que todas las declaraciones que hizo autoinculpándose del crimen de Alcàsser le fueron «sacadas» mediante torturas, malos tratos y amenazas. Lo mismo que viene repitiendo desde que comenzó el juicio.

Pero ayer, por primera vez, especificó algunas de las torturas que dice padeció. Y narró lo que, asegura, le ocurrió durante un traslado a la prisión de Ocaña: «Me empezaron a pegar golpes en las costillas, en mis partes. Me cogieron de detrás de la cabeza, del pelo, me dieron cogotazos contra la pared y me aplastaron la mano con una puerta».

Sin embargo, Miguel Ricart no fue capaz de dar ni uno solo de los nombres de las personas que supuestamnte le agredieron. Tan sólo una vaga descripción física de algunos de ellos.

Asimismo, su abogado intentó justificar algunas de las contradicciones en las que puede haber incurrido Miguel Ricart. ¿Cómo sabía éste la posición de los cadáveres? ¿Cómo podía conocer que Antonia se desvaneció antes de morir cuando aún no se había realizado la autopsia? «Por que me lo dijo la Guardia Civil», repuso Ricart.


Ricart según Ricart

Miguel Ricart hizo ayer su propio retrato. Así se dibujó él mismo:

Se marchó de casa dos meses antes de cumplir los 18 años. Se fue huyendo de los malos tratos que, dice, su padre le propinaba desde muy pequeño. Hace un par de años que no ve a su hermana. Afirma de ella que las pocas veces que lo ha ido a visitar a la cárcel lo ha hecho para luego hablar con la prensa y sacar dinero. Conoció a Dolores Cuadrado, la que luego se convertiría en madre de su hija, a los 19 años. Cuando nació la pequeña, le dio sus apellidos: «Porque la quiero», explica.

El y Loli no se casaron porque, de mutuo acuerdo, así lo decidieron. La última vez que Ricart la vio fue nada más detenerle la Guardia Civil: él pidió que avisaran a Loli y ella acudió al cuartel a verlo.

Sólo tiene un amigo: «Tenía dos, pero uno murió en un accidente de tráfico. El otro no sé dónde está». Ha trabajado como ebanista, en el campo... «En todo lo que ha salido».

Ha tenido escarceos con las drogas. Ha consumido heroína. «Pero no soy adicto», especifica.

Y se teñía el pelo de moreno porque se veía más guapo.

Maniobras para atrasar el juicio

Hubo sorpresa. Y la dio Miguel Ricart, quien ayer acusó al abogado Juan Carlos Navarro Valencia, representante de la Asociación de Víctimas de la Justicia, de presionarle para que renunciara a su defensor.

Ricart aseguró que Navarro Valencia actuó «con el ánimo de que el sumario volviera al Juzgado de Alcira». Al oírlo, el tribunal ordenó que se abriera una investigación al respecto. «Pretendía que el primer día del juicio yo alegara que el tribunal podía estar manipulado y que no reconocía a mi abogado», indicó Ricart. «Si se necesita, puedo presentar los telegramas y cartas que me ha mandado», añadió.

Juan Carlos Navarro, por su parte, lo niega todo. «Es mentira. El me designó como su abogado en enero pasado y hasta mediados de febrero. Los únicos telegramas que le he enviado datan de entonces, y en ellos le pedía que escribiera a la Audiencia Provincial diciendo que yo era su abogado. Eso es todo», aseguraba ayer Navarro Valencia a este diario.

Fernando García, padre de una de las niñas, sostiene: «Tenía conocimiento de esa maniobra. E intuyo quién está detrás».

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